San José en el orden hipostático
P. Román LLamas
De todas estas razones deducimos que san José pertenece al orden hipostático. San José está comprendido en el decreto divino de la encarnación de su Palabra, de su Verbo en el seno de la Virgen María, ya que «en la predestinación eterna no solo está comprendido lo que se ha de realzar en el tiempo, sino también el modo y el orden de su ejecución» . Ahora bien, si en el decreto divino de la encarnación del Verbo de Dios está comprendida la Virgen María por ser madre del mismo, tiene que estar también san José por ser esposo de María, ya que la Virgen María es virgen y esposa, desposada con un hombre llamado José. San Mateo dice que María estaba desposada con José (Mt 1, 18). Y Lucas escribe que el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José (Lc 1, 26-27).
Por este decreto divino san José entra a formar parte del orden hipostático, un orden de gracia, de comunicación gratuita de Dios al hombre mediante la encarnación de su Palabra, de su Hijo en el seno de la Virgen María, desposada con José. Un orden de comunicación de Dios excepcional, maravilloso, que no cabe en inteligencia humana.
San José pertenece al orden hipostático por dar su consentimiento a las palabras del ángel que le indicaba que no temiese tomar a la Virgen María, su mujer, en su casa, casándose definitivamente con ella de parte de Dios. «En las palabras de la "anunciación" nocturna, José escucha no solo la verdad divina acerca de la inefable vocación de su esposa, sino que también vuelve a escuchar la verdad sobre su propia vocación. Este hombre "justo", que en el espíritu de las más nobles tradiciones del pueblo elegido amaba a la virgen de Nazaret y se había unido a ella con amor esponsal, es llamado nuevamente por Dios a este amor» .
Un amor regenerado y sobrenaturalizado por el Espíritu Santo. «José, obediente al Espíritu, encontró justamente en él la fuente del amor, de su amor esponsal de hombre, y este amor fue más grande que el que aquel "varón justo" podía esperarse según la medida del propio corazón humano» . Y este desposorio coloca a san José en el orden hipostático, porque «ya que el matrimonio es el máximo consorcio y amistad ‒al que de por sí va unida la comunión de bienes‒ se sigue que, si Dios ha dado a José como esposo a la Virgen, se lo ha dado no solo como compañero de vida, testigo de la virginidad y tutor de la honestidad, sino también para que participase, por medio del pacto conyugal, en la excelsa grandeza de ella» . Y este matrimonio está predestinado y realzado para que en él naciera el Hijo de Dios encarnado. Y por este matrimonio san José forma parte del orden hipostático, ya que este matrimonio se lleva a cabo porque san José dio su consentimiento a la palabra de Dios por medio de su ángel a que tomase a María, su esposa, en su casa. Y sin ese matrimonio no habría habido encarnación del Verbo divino.
Y por este matrimonio quedó José constituido en padre de Jesús, en contacto directo e inmediato con el Verbo de Dios encarnado, desempeñando y ejerciendo con él todo lo que comporta y entraña la paternidad. Dice el beato Juan Pablo II: «San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente "ministro de la salvación"» .
A san José fue divinamente encomendada la singular misión de alimentar, educar, proteger y defender al Dios hombre. La reflexión de la Redemptoris Custos y el Catecismo de la Iglesia (n. 522-534) sobre los misterios de la infancia de Jesús y sobre su vida oculta son la prueba y la explicación de la pertenencia de san José al orden hipostático: la genealogía, el matrimonio de José y María, la familia, el censo, el nacimiento, la circuncisión e imposición del nombre de Jesús, la epifanía, la presentación en el templo, la huida a Egipto, la vida oculta en Nazaret, el sometimiento de Jesús a sus padres, el sustento y educación, la pérdida en el templo «toda la vida oculta o escondida de Jesús ha sido confiada a su custodia (de san José)» .
En todos estos misterio del misterio de la redención y salvación san José juega un papel indispensable. Esencial, y con su servicio coopera al misterio de la salvación. «De este misterio divino san José es junto con María el primer depositario», porque «la encarnación y la redención constituyen una unidad orgánica e indisoluble» .
Suárez, comparando a san José con los apóstoles, afirma: «Hay otros misterios que se refieren al orden de la unión hipostática –que por sí es más prefecta, como dijimos al hablar de la dignidad de la Madre de Dios‒ y en este orden entiendo que fue instituido el ministerio de san José, estando en el grado ínfimo, y en este sentido excede a todos los demás como existiendo en orden superior. El oficio del santo Patriara no pertenece al Nuevo Testamento, ni propiamente al Antiguo, sino al autor de ambos y piedra angular que hizo de los dos uno» .
Santa Teresa expresa esta verdad sencillamente con estas cálidas palabras, ajena a los términos teológicos: «Que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a san José por lo bien que les ayudó en ellos» .
Y si san José pertenece al orden hipostático, al acoger a María, su esposa, en su casa, se convierte en «ministro de la economía de la salvación», como lo llama san Juan Crisóstomo (347-407) , y corrobora san Bernardo (1090-1153) por estas palabras: «No cabe duda que fue un hombre bueno y fiel este José con quien la Madre del Salvador estuvo desposada, siervo fiel y prudente constituido por el Señor alivio de su madre y nutricio de su carne y el único, en fin, fidelísimo coadjutor en la tierra para ejecutar los planes de su gran consejo» . Y lo vimos en las últimas palabras del beato Juan Pablo II.
San José, el esposo de María y el padre de Jesús, desde su pertenencia al orden hipostático «al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho uso de la autoridad legal, que le correspondía sobre la sagrada Familia, para hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías, que crece en su casa»